Mientras cursaba mis dos carreras, me sorprendían los avances de la medicina, pero también me preocupaba el creciente aumento de las enfermedades crónicas. Me preguntaba por qué, a pesar de contar con más medicamentos y equipos de diagnóstico temprano, los casos de muerte por cáncer y enfermedades metabólicas seguían aumentando de manera desproporcionada. También empecé a cuestionar la forma en que tradicionalmente los médicos abordamos el problema, centrándonos en sanar las enfermedades como consecuencia de algo, sin dedicar suficiente atención a abordar las causas subyacentes. Es cierto que hay enfermedades cuya causa precisa aún no se conoce, pero la mayoría de los padecimientos comparten una serie de condiciones similares en las que podemos enfocar nuestros esfuerzos para prevenirlas. Sí, es verdad que cada día hay más contaminación y factores medioambientales que no podemos cambiar a nivel individual, pero hemos olvidado las variables que influyen en los individuos y que sí podemos controlar, como la actividad física y la alimentación.

Algunos dirán: "Sí, pero eso ya lo sabemos, es una explicación trillada". El problema radica en que la mayoría confiamos ciegamente en la información nutricional que se nos ha enseñado, pero la verdad es que los nuevos conocimientos demuestran que no siempre ha sido la más acertada. Permítanme darles un ejemplo sencillo: en la mayoría de las dietas populares, los carbohidratos y las grasas son considerados los villanos, mientras se promueve el consumo excesivo de proteínas. Sin embargo, un estudio realizado en China, que involucró a una de las poblaciones más grandes jamás investigadas, demostró que dietas donde la proteína de origen animal representa más del 20% del consumo diario, incrementan significativamente la incidencia de cáncer y enfermedades cardiovasculares. Por lo tanto, considero que debemos entender que no podemos ni restringir ni excedernos en exceso con ningún grupo de macronutrientes.